Estimados lectores. Entre unas cosas (obligaciones laborales)
y otras (vacaciones, que también tengo derecho) ha pasado un largo tiempo desde
mi última aparición por este espacio. Lamento el malestar, los ataques de
ansiedad, las migrañas y demás calamidades causadas a, sin duda, cientos de
millones de lectores que esperaban ávidamente su dosis de sabiduría atalayera.
En esos momentos de ocio y solaz he tenido ocasión de
pasar una semana en (citando al gran Sinatra) la ciudad que nunca duerme, la
gran manzana, vamos, en Nueva York (o New York, puestos en plan cosmopolita
políglota).
Aunque pueda parecer lo contrario, una semana en NY da
para muy poco, vuelves con la sensación de que, por muchas cosas que hayas
visto, te han quedado muchas más por ver.
Esta visita, más allá de lo que supone conocer una ciudad
o una cultura diferente, me ha causado una serie de impresiones que me gustaría
compartir con vosotros (¡Sí, sí! puedo casi físicamente oír como gritáis
arrebatados de impaciencia).
Lo primero que uno no puede dejar de notar es que allí
todo está hecho a lo grande, mejor dicho, a lo bestia. Todo es enorme, casi
exagerado incluso en casos en los que, en mi modesta opinión, es difícilmente
justificable. Un ejemplo: todos sabemos de la existencia de unos dulces de
cacahuete recubiertos de chocolate en tres o cuatro colores diferentes. Pues
bien, en Times Square hay una tienda especializada en dichos dulces… ¡de tres
plantas! Evidentemente, además de los productos conocidos aquí, allí se puede encontrar
todo tipo de merchandising y dichos dulces en prácticamente cualquier color
imaginable (incluso en algunos colores cuya existencia no está empíricamente
demostrada como el fucsia o el rosa palo).
Otro “pequeño” ejemplo: también en Times Square hay una
tienda de una conocida cadena de macrojugueterías. ¿Qué es lo que tienen en el
espacio en donde normalmente irían los huecos de los ascensores? ¡Una noria!
Pero no una pequeña, no, una noria de un tamaño que yo no he visto en algunas
verbenas de pueblos aquí en España.
El transporte público funciona fantásticamente bien, con
el metro abierto las 24 hora del día (que tome nota quien corresponda). Hasta
ahí bien, pero debo decir que conozco a nivel nacional los metros de Madrid,
Barcelona, Valencia y Bilbao; y a nivel internacional los de NY, Boston y Paris.
Pues bien, de todos ellos, sin lugar a dudas y sin que me ciegue el amor o la
devoción por mi ciudad, el mejor es el de Madrid. Sin embargo los autobuses,
debido sin duda a que el tráfico neoyorquino es una locura durante las 24 horas
del día, lo que provoca que la gente se lance enloquecidamente al metro, son
una delicia para el turista. Van siempre vacíos o casi, puedes elegir asiento
(que son mucho más amplios que los de los autobuses de aquí), vas fresquito
(con un aire acondicionado que es un alivio para el turista caluroso) y te dan
tiempo para observar la diversa fauna y flora autóctona y, creedme, hay mucho
que observar. Por ponerles una pega, a los autobuseros en particular, y a los
conductores de Manhattan en general, les gusta en demasía hacer uso (y abuso)
del claxon.
Voy a comentaros dos cosas que me han dado envidia:
No he ocultado nunca que soy de Madrid. Me encanta pasear
por sus calles y/o rincones más bulliciosos: Castellana, el eje Princesa-Gran
Vía-Alcalá, el Rastro… Lo único malo es que si tú vas paseando y alguien va con
prisa y, por accidente, te arrolla, es muy difícil que gaste ni una fracción de
segundo en pedirte disculpas.
Por el contrario la gente de allí, por regla general, es
educadísima. Puedo asegurar que la Quinta Avenida tiene una aglomeración de
gente muy superior a la de cualquier calle de Madrid que yo haya visto (incluso
mayor que Preciados en época de rebajas) y que Times Square, a cualquier hora
de cualquier día, es como la Puerta del Sol la noche de Nochevieja. Pues bien,
me han pedido perdón por tropezar conmigo en quince minutos allí más veces que
en todo un año en Madrid (incluso cuando a veces la culpa era mía por ir como
un turista embobado mirando por la cámara en vez de por los ojos).
Otra particularidad es que, sorprendentemente, al menos
para mí, hay muchos parques en NY y todos ellos están limpios, cuidados y
llenos de gente que guarda unas mínimas normas de conducta de vida en común.
Además, en todos los parques hay unos aseos públicos.
Quien conozca el Retiro de Madrid podrá decir que allí también los hay, lo que
es cierto junto con que muchas veces están cerrados, otras muchas en un estado
de limpieza e higiene que no sería apta en los habitáculos en donde se cría la
materia prima para la elaboración de embutidos ibéricos e, incluso, que hubo
una época (desconozco si eso sigue en vigor) en que te cobraban por entrar en
ellos (como hacen ahora en los baños de alguna conocida estación de tren).
Por el contrario, allí hay permanentemente personal
dedicado a su limpieza, a reponer jabón, papel higiénico, pasar la fregona… en
definitiva, a tenerlos en perfecto estado de uso continuamente aunque la gente
que los usa muestra, generalmente, un comportamiento cuidadoso con lo que es de
todos y está a su disposición de forma gratuita.
“Pues si todo es
así de bonito y maravilloso vete a vivir allí”, podrá decir alguno de los
miembros del sector crítico de mi extensa parroquia.
Venga, vamos ahora a la parte negativa.
El viaje, siendo como es muy aconsejable, debería estar
vedado a la gente que tienda a sufrir de compulsividad compradora. Es una
sociedad hecha por y para el consumo, te meten las cosas por los ojos (y son
muy buenos en ello, reconozcámoslo) y en todas las tiendas hay un ejército de
dependientes deseosos de que alguien les pregunte para darles un servicio
profesional y rápido. Incluso yo, que suelo huir del tema de “ir de compras”
como el que huye de una enfermedad infecciosa especialmente virulenta, tuve
algún momento de debilidad. Si vas para allá y llevas pasta estás perdido
porque terminas picando.
Como en todas las ciudades, hay unas fuerzas del orden,
pero en este caso su presencia llega a ser intimidadora. Todos comprendemos lo
que les pasó hace catorce años, pero aquí también nos pasó algo parecido hace
once y no vemos nada ni mínimamente parecido. Allí en la Grand Central Station
(la que sale en todas las pelis) o incluso en el metro, además de la policía
“normal” (NYPD), está la policía de transportes y, distribuidos por parejas
como la Guardia Civil, miembros del ejército vestidos de campaña, todos ellos,
como no podía ser de otra forma en el país paraíso de las armas, armados (valga
la redundancia) hasta los dientes.
Otra cosa que me ha llamado poderosamente la atención,
por la parte negativa, es la enorme cantidad de gente tirada por las calles, lo
que se viene en llamar homeless. Los
hay por todas partes y ojo, no es una cuestión racial, es decir, no son sólo
gente de color o latinos sino que puedes ver chavales en plan arquetipo del
sueño americano (rubios, ojos azules, de entre 20 y 25 años) tirados en la
calle pidiendo unas monedas a la gente que pasa y que, desgraciadamente, por la
fuerza de la costumbre me imagino, no los ve o aparenta no verlos.
En fin, y por ir acabando ya, claroscuros, luces y
sombras, contrastes. Como no podía ser de otra forma en una ciudad de ese
tamaño y con la particular idiosincrasia de ser considerada la capital del
mundo mundial, hay de todo como en botica y ni todo es bueno ni todo es malo,
de hecho, y ahí está lo bonito de la vida, lo que para unos puede ser bueno
para otros malo y viceversa.
En cualquier caso es un viaje que merece la pena y que,
si puedo, repetiré para ver cosas que me han quedado pendientes: una misa
góspel en Harlem, un partido en el Yankee Stadium, un concierto en el Garden (y
si es de Springsteen ya me muero de gusto)…
Evidentemente, para acabar estas líneas no queda otra que
echar mano del viejo Frank y uno de sus más conocidos clásicos y escucharlo
mientras paseas sin prisas ni rumbo fijo por ese laberinto sin fin que es
Central Park
Start spreading the news, I'm leaving today
I want to be a part of it, New York, New York
These vagabond shoes, are longing to stray
Right through the very heart of it, New York, New York.