Tengo una amiga en una situación difícil por un tema
familiar. Baste con eso, dar más detalles sería meterme donde no me llaman,
violar su derecho a la intimidad y abusar de su confianza.
Por ello, si me lo permitís, y si no también, que a fin
de cuentas la decisión es mía, dirigiré esta entrada a esa persona.
En una conversación (que es como ahora damos en llamar a
lo que no es más que intercambio de mensajes) me dijiste el domingo cómo estaba
la cosa y hubo una de tus respuestas que me dejó (hablando en plata) jodido. En
concreto aquella que hacía referencia a ser cada vez más conscientes de algo y
hacer cada vez más otra cosa.
En momentos como estos es cuando uno se pregunta por qué,
si tan fácil resulta en las películas, no ha sufrido un accidente estrambótico
que le confiera súper poderes con los que poder ayudar gente como tu, gente que
merece la pena y que te importa de verdad.
¿Qué nos queda a los pobres mortales, ciudadanos de a
pie, más que ofrecer nuestro apoyo, nuestros ánimos o nuestras oraciones a un
Dios cuya existencia a veces cuestionamos?
Entiendo que entre el trabajo y tu situación estarás más
que ocupada y con la cabeza al borde de estallar esparciendo tu masa encefálica
(sobre cuyo presunto volumen no entraremos a discutir otra vez). Por eso
también te ofrecí, y mantengo la oferta, el ir y tomar un café contigo para
distraerte un poco con charla banal y absurda, que sabes que es algo que se me
da muy bien (y quien dice un café dice otra cosa, no nos engañemos, tú y yo
hemos tomado pocos cafés y muchos botellines).
Por otra parte, en las conversaciones que tenemos cuando
tienes tiempo y ganas, demuestras una entereza y una presencia de ánimo enormes e
incluso ramalazos de ese humor tan especial del que sueles hacer gala. Ante
eso, amiga mía, no me queda más que mostrarte mi admiración poniéndome en pie y
dedicándote una cerrada y sincera ovación.
Decía Brecht: “Hay
hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero los que luchan toda la
vida, esos son los imprescindibles”
Tú estás en esa última categoría. Luchas siempre por lo
que crees y lo que quieres, ya sea por tu actual situación o por llegar a la
barra a pedir una ronda de botellines en alguna de nuestras tardes de fútbol en
la ribera del Manzanares (¡para que luego digan que ser del Atleti no imprime
carácter!). Por eso eres de esas personas imprescindibles, de aquellas que, si
no las conoces, tienes que buscarlas porque son de las que de verdad aprendes y
las que de verdad te aportan en la vida.
Todos nacemos en una familia, pero luego elegimos a los
amigos, y eso hace de la amistad un privilegio enorme, casi sagrado, porque es
algo que una persona te da de forma voluntaria y por propia elección. Entre tus
amigos has elegido (en una decisión que dice muy poco sobre tu criterio y buen
gusto) que esté este humilde juntaletras.
Gracias por ello. Sólo espero poder devolverte algo de lo que me has dado, en
esta u otra situación.
Voy, como siempre, a poner un fondo musical a esta
entrada y esta vez voy a elegir a un clásico de la música española:
“Resistiré para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco, que se dobla pero siempre sigue en
pie”
Resiste, amiga mía, no te rindas y, si necesitas que
alguien te ayude a levantar un cortavientos acuérdate de este pobre mortal que
no viene de otro planeta, al que no ha picado una araña ni ha sido irradiado
con extrañas fuentes nucleares. No seré un héroe de tebeo, pero si se trata de
dejarse la piel por un amigo… ¡que tiemblen Supermán, Spiderman, Batman y Hulk
juntos!