viernes, 28 de agosto de 2015

Impresiones







Estimados lectores. Entre unas cosas (obligaciones laborales) y otras (vacaciones, que también tengo derecho) ha pasado un largo tiempo desde mi última aparición por este espacio. Lamento el malestar, los ataques de ansiedad, las migrañas y demás calamidades causadas a, sin duda, cientos de millones de lectores que esperaban ávidamente su dosis de sabiduría atalayera.



En esos momentos de ocio y solaz he tenido ocasión de pasar una semana en (citando al gran Sinatra) la ciudad que nunca duerme, la gran manzana, vamos, en Nueva York (o New York, puestos en plan cosmopolita políglota).


Aunque pueda parecer lo contrario, una semana en NY da para muy poco, vuelves con la sensación de que, por muchas cosas que hayas visto, te han quedado muchas más por ver.



Esta visita, más allá de lo que supone conocer una ciudad o una cultura diferente, me ha causado una serie de impresiones que me gustaría compartir con vosotros (¡Sí, sí! puedo casi físicamente oír como gritáis arrebatados de impaciencia).



Lo primero que uno no puede dejar de notar es que allí todo está hecho a lo grande, mejor dicho, a lo bestia. Todo es enorme, casi exagerado incluso en casos en los que, en mi modesta opinión, es difícilmente justificable. Un ejemplo: todos sabemos de la existencia de unos dulces de cacahuete recubiertos de chocolate en tres o cuatro colores diferentes. Pues bien, en Times Square hay una tienda especializada en dichos dulces… ¡de tres plantas! Evidentemente, además de los productos conocidos aquí, allí se puede encontrar todo tipo de merchandising y dichos dulces en prácticamente cualquier color imaginable (incluso en algunos colores cuya existencia no está empíricamente demostrada como el fucsia o el rosa palo).



Otro “pequeño” ejemplo: también en Times Square hay una tienda de una conocida cadena de macrojugueterías. ¿Qué es lo que tienen en el espacio en donde normalmente irían los huecos de los ascensores? ¡Una noria! Pero no una pequeña, no, una noria de un tamaño que yo no he visto en algunas verbenas de pueblos aquí en España.



El transporte público funciona fantásticamente bien, con el metro abierto las 24 hora del día (que tome nota quien corresponda). Hasta ahí bien, pero debo decir que conozco a nivel nacional los metros de Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao; y a nivel internacional los de NY, Boston y Paris. Pues bien, de todos ellos, sin lugar a dudas y sin que me ciegue el amor o la devoción por mi ciudad, el mejor es el de Madrid. Sin embargo los autobuses, debido sin duda a que el tráfico neoyorquino es una locura durante las 24 horas del día, lo que provoca que la gente se lance enloquecidamente al metro, son una delicia para el turista. Van siempre vacíos o casi, puedes elegir asiento (que son mucho más amplios que los de los autobuses de aquí), vas fresquito (con un aire acondicionado que es un alivio para el turista caluroso) y te dan tiempo para observar la diversa fauna y flora autóctona y, creedme, hay mucho que observar. Por ponerles una pega, a los autobuseros en particular, y a los conductores de Manhattan en general, les gusta en demasía hacer uso (y abuso) del claxon.



Voy a comentaros dos cosas que me han dado envidia:



No he ocultado nunca que soy de Madrid. Me encanta pasear por sus calles y/o rincones más bulliciosos: Castellana, el eje Princesa-Gran Vía-Alcalá, el Rastro… Lo único malo es que si tú vas paseando y alguien va con prisa y, por accidente, te arrolla, es muy difícil que gaste ni una fracción de segundo en pedirte disculpas.



Por el contrario la gente de allí, por regla general, es educadísima. Puedo asegurar que la Quinta Avenida tiene una aglomeración de gente muy superior a la de cualquier calle de Madrid que yo haya visto (incluso mayor que Preciados en época de rebajas) y que Times Square, a cualquier hora de cualquier día, es como la Puerta del Sol la noche de Nochevieja. Pues bien, me han pedido perdón por tropezar conmigo en quince minutos allí más veces que en todo un año en Madrid (incluso cuando a veces la culpa era mía por ir como un turista embobado mirando por la cámara en vez de por los ojos).



Otra particularidad es que, sorprendentemente, al menos para mí, hay muchos parques en NY y todos ellos están limpios, cuidados y llenos de gente que guarda unas mínimas normas de conducta de vida en común.



Además, en todos los parques hay unos aseos públicos. Quien conozca el Retiro de Madrid podrá decir que allí también los hay, lo que es cierto junto con que muchas veces están cerrados, otras muchas en un estado de limpieza e higiene que no sería apta en los habitáculos en donde se cría la materia prima para la elaboración de embutidos ibéricos e, incluso, que hubo una época (desconozco si eso sigue en vigor) en que te cobraban por entrar en ellos (como hacen ahora en los baños de alguna conocida estación de tren).



Por el contrario, allí hay permanentemente personal dedicado a su limpieza, a reponer jabón, papel higiénico, pasar la fregona… en definitiva, a tenerlos en perfecto estado de uso continuamente aunque la gente que los usa muestra, generalmente, un comportamiento cuidadoso con lo que es de todos y está a su disposición de forma gratuita.

 

“Pues si todo es así de bonito y maravilloso vete a vivir allí”, podrá decir alguno de los miembros del sector crítico de mi extensa parroquia.



Venga, vamos ahora a la parte negativa.



El viaje, siendo como es muy aconsejable, debería estar vedado a la gente que tienda a sufrir de compulsividad compradora. Es una sociedad hecha por y para el consumo, te meten las cosas por los ojos (y son muy buenos en ello, reconozcámoslo) y en todas las tiendas hay un ejército de dependientes deseosos de que alguien les pregunte para darles un servicio profesional y rápido. Incluso yo, que suelo huir del tema de “ir de compras” como el que huye de una enfermedad infecciosa especialmente virulenta, tuve algún momento de debilidad. Si vas para allá y llevas pasta estás perdido porque terminas picando.



Como en todas las ciudades, hay unas fuerzas del orden, pero en este caso su presencia llega a ser intimidadora. Todos comprendemos lo que les pasó hace catorce años, pero aquí también nos pasó algo parecido hace once y no vemos nada ni mínimamente parecido. Allí en la Grand Central Station (la que sale en todas las pelis) o incluso en el metro, además de la policía “normal” (NYPD), está la policía de transportes y, distribuidos por parejas como la Guardia Civil, miembros del ejército vestidos de campaña, todos ellos, como no podía ser de otra forma en el país paraíso de las armas, armados (valga la redundancia) hasta los dientes.



Otra cosa que me ha llamado poderosamente la atención, por la parte negativa, es la enorme cantidad de gente tirada por las calles, lo que se viene en llamar homeless. Los hay por todas partes y ojo, no es una cuestión racial, es decir, no son sólo gente de color o latinos sino que puedes ver chavales en plan arquetipo del sueño americano (rubios, ojos azules, de entre 20 y 25 años) tirados en la calle pidiendo unas monedas a la gente que pasa y que, desgraciadamente, por la fuerza de la costumbre me imagino, no los ve o aparenta no verlos.



En fin, y por ir acabando ya, claroscuros, luces y sombras, contrastes. Como no podía ser de otra forma en una ciudad de ese tamaño y con la particular idiosincrasia de ser considerada la capital del mundo mundial, hay de todo como en botica y ni todo es bueno ni todo es malo, de hecho, y ahí está lo bonito de la vida, lo que para unos puede ser bueno para otros malo y viceversa.



En cualquier caso es un viaje que merece la pena y que, si puedo, repetiré para ver cosas que me han quedado pendientes: una misa góspel en Harlem, un partido en el Yankee Stadium, un concierto en el Garden (y si es de Springsteen ya me muero de gusto)…



Evidentemente, para acabar estas líneas no queda otra que echar mano del viejo Frank y uno de sus más conocidos clásicos y escucharlo mientras paseas sin prisas ni rumbo fijo por ese laberinto sin fin que es Central Park



Start spreading the news, I'm leaving today

I want to be a part of it, New York, New York

These vagabond shoes, are longing to stray

Right through the very heart of it, New York, New York.


1 comentario:

  1. ¡¡¡Repámpanos!!! ¿ha estado su persona de veraneo por… por… —gulp, gulp— New York? ¡¡¡¿¿¿New York???!!!

    ¡Jopetas! ¡¡¡GRRRRR!!! … Disculpe, disculpe este exabrupto mío pero hállome deseosa de pasear por sus avenidas y su entrada únicamente me genera envidia, además de la mala. Aún así confío que lo paladeara al máximo y la vuelta a la rutina no fuera muy sufrida.

    New York, New Yo… ¡¡¡buaaa, buaaa!!!

    ResponderEliminar