jueves, 12 de marzo de 2015

¿Cultura? moderna



Leía hace unos días una entrevista con un personaje público y me llamaban la atención un par de cosas.

Primeramente su declaración de no estar presente en las llamadas redes sociales. ¡Por San Google!, pensé, decir eso en los tiempos que corren es casi como declararte un ciber-paria social y muy poca gente lo hace.

Por cierto, al hilo de esto reitero mi apoyo (que ya le mostré en un comentario) a mi amiga la Moski, que en su muy recomendable blog La ira de las uvas publicó hace poco una entrada bajo el título de “No me gusta el facebook”.

Lo otro es que le preguntaron qué leía y decía que estaba leyendo a Proust y que le gustaba leer porque le hacía sentir más listo y eso era agradable y que, además, servía para aprender más vocabulario y para ver cómo se contaban las cosas antes de que nos diera, vaya usted a saber por qué, por contarlas a toda hostia.

Coincido absolutamente en las dos cosas con dicho personaje público, pero me voy a centrar en la segunda.

Reconozco, teniendo en cuenta los tiempos que corren casi cabría decir que me declaro culpable, de ser un lector empedernido. Devoro con ansia casi cualquier cosa que caiga en mis manos: ficción, historia, ensayo, política, comedia… Eso sí, reconozco haber hecho una concesión a la modernidad y haber sustituido el libro en papel de toda la vida por un muy cómodo ebook de pequeño tamaño que me permite llevar en el bolsillo decenas de libros.

¿Qué ocupa actualmente mis momentos de ocio? podrá preguntarse algún lector curioso, pues estoy inmerso en la lectura, según su orden de publicación, de los Episodios Nacionales de D. Benito Pérez Galdós. ¿Por qué? preguntará el mismo lector curioso que en estos momentos empezará a dudar de mi cordura, ¿y por qué no? contestaré yo. Es historia de España, es cultura general y aporta una visión de una forma de vida y unos valores que, aunque actualmente se consideran pasados de moda y puede que hasta políticamente incorrectos, creo, en mi modesta opinión de todo a 100, que todavía tienen alguna validez.

Cuando voy en el Metro o el autobús, con mi “libro”, a veces levanto la vista y miro a mi alrededor y veo que un porcentaje muy mayoritario de mis acompañantes van inmersos en sus teléfonos, intercambiando mensajes instantáneos, quién sabe si actualizando su estado de Facebook a “en tránsito” o asombrando al mundo al contarle por Twitter que aún hay gente que lee en el autobús.

Esto me parece especialmente preocupante entre la parte más joven de la población. No cogen un libro ni aunque se lo mande el médico (el manual de usuario del móvil no cuenta como libro por mucho que cada vez sea más extenso) y eso se traduce en que cada vez hablan, leen, escriben, razonan y se comportan peor.

Sí, yo también me prometí a mí mismo que nunca haría/diría lo que había visto hacer/decir a mis mayores (abuelos, padres y tíos)… pero esa promesa tiene una fecha exacta de caducidad y coincide con cuando pasas a ser parte de los mayores, vamos, con el momento en que eres padre.

¿Llegarán mis hijos a descubrir que El Quijote, aparte de un libro cuya lectura te imponen en el colegio, es una de las novelas más divertidas que se han escrito en lengua española?

¿Adquirirán conocimientos sobre historia derivados de la lectura de novelas históricas y/o libros no novelados como biografías?: los Episodios Nacionales, la pentalogía sobre Ramses el grande…

¿Elegirán una opción ética, política o filosófica basándose en la lectura de varios libros de autores con diferentes opiniones que les permitan conocer diversas opciones antes de decantarse por la que más les convenza? Nietzsche, Marx, Bakunin, José Antonio, Ledesma Ramos…

¿Se emocionarán, vibrarán, reirán o llorarán con la lectura de alguna de las aventuras clásicas que yo he leído dos, tres o qué se yo las veces?: Los tres mosqueteros, Moby Dick, La isla del tesoro, la serie del Club de los Cinco…

Y así podría seguir citando las emociones y sensaciones que me han ido produciendo los cientos, miles de libros que he leído a lo largo de mi vida.

Se dice que la crisis y la falta de trabajo y expectativas han originado una (¿sólo una?) generación perdida.

Nadie, o casi nadie, se ha planteado que a lo mejor esas generaciones empezaron a perderse en el momento en que, con la connivencia de muchos, les abandonamos en un desierto de estulticia electrónica habitado por palabras mutiladas a las que se priva de muchas de sus letras; en donde los signos ortográficos como las comas, puntos y, sobre todo, las tildes han sido desterrados y condenados al ostracismo; en donde la habilidad para jugar con las palabras y componer frases primero y párrafos después es tan habitual como ver una manada de unicornios en la Gran Vía.

El mundo y la historia se han movido tradicionalmente a base de iniciativas de los soñadores, y para soñar no hay nada mejor que tener la cabeza llena de ideas, de historias, de personajes… de alternativas, a fin de cuentas, y eso se adquiere culturizándose, y, desde hace miles de años, la mejor forma de culturizarse es leyendo.

Así pues, lectores de este mi modesto manifiesto, si tenéis hijos, sobrinos, nietos, conocidos en edad de ser redimidos y rescatados del desierto… ¡regaladles un libro! No es una panacea ni la solución del problema, pero es un primer paso y hasta el viaje más largo empieza dando ese primer paso.

Para musicar este comentario no se me ocurre nada mejor que recurrir al maestro Sabina cuando dice:

Como además sale gratis soñar
y no creo en la reencarnación
con un poco de imaginación
partiré de viaje enseguida
a vivir otras vidas
a probarme otros nombres
a colarme en el traje y la piel
de todos los hombres
que nunca seré

A ver si conseguimos, volviendo a recurrir a D. Joaquín, no terminar bailando todos al ritmo del Rocanrol de los idiotas.

Por cierto, un grano no hace granero pero ayuda al compañero, ayer entré en la habitación de mi hijo de 10 años y le encontré, felizmente, leyendo, sumergiéndose en las aventuras de “La llamada de la selva” de Jack London y, en diez minutos, por leerlo y no tener miedo a preguntar, aprendió cuánto es un pie y una yarda. Si yo no hubiera leído y sentido curiosidad por aprender no habría podido decírselo… el círculo se cierra.

4 comentarios:

  1. Pues como la banda sonora que has elegido es el maestro Sabina, seguimos con él y su “Blues de lo que pasa en mi escalera”, y veo que es verdad, que el bruto que no sabía hacer la o con un canuto está en el parlamento y el sabio y poeta en la cola del paro. Así nos va, nos preocupamos que nuestros menores no sepan interpretar una factura, pero ¡quién se entera con la nueva factura de la luz!, y no le damos la misma importancia a no comprendan las lecturas que hacen.

    Claro está que como en todo, afortunadamente, hay excepciones, como tu hijo y mi sobrino. Me gusta que mi sobrino de cuatro años tenga ya una pequeña biblioteca con cuentos a pesar de que todavía no sabe leer, que me pida que se los lea y, lo que más, cuando después lo descubro haciendo como si leyese repitiendo a su manera lo que antes ha escuchado. Hay pues esperanza.

    Ah, gracias por tu generosa recomendación querido amigo, y no interrumpo más tu apasionante lectura de los Episodios Nacionales que nos dará para alguna interesante conversación, como siempre.

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    1. Bienvenida de nuevo a la morada de este humilde atalayero (palabra que sí existe, está reconocida por la RAE y que muchos de nuestros niños no escucharán jamás).

      Tampoco te autoinmoles en la pira de la ignorancia por no saber interpretar la factura de la luz, está hecha así a propósito para que no te enteres de con qué mano te están tangando la cartera.

      Mantengamos en cambio las excepciones, alimentémoslas y hagamos lo posible por que vayan a más. Este fin de semana pasado fue mi hija la que me atracó y me sacó un libro que quería leer (bien es cierto que con escasa o nula oposición por mi parte).

      Y sí, seguro que los Episodios Nacionales nos dan para un rato de charla en la que, como casi siempre, no nos pondremos de acuerdo pero nos enriqueceremos mutuamente con nuestros escasos conocimientos.

      See you on the road, como dice el muchachito de New Jersey

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  2. Querido d.Atalayero:
    Que gusto leerle y saber que hay lecturas que siguen arropando infantes que, urgidos de luz, pasan páginas sean o no digitales.
    Yo,soy de otras estaciones, y siempre he preferido el papel a las últimas tecnologias, secundando a la Sra. Moski en su " no me gusta el facebook". Aunque de sobra entiendo que hay que ir con los tiempos,no queda otra.
    Mis novicias se divierten con cuentos y decenas de libros infantiles, entre los que bucean descubriendo colores y siluetas de letras que bailan para ellas. Es un placer observarlas en la distancia, comprobar cómo la mayor lee a la más pequeňa y ésta embobada mira a su hermana, heroina que sabe desdifrar el jeroglifico que es para ella la lectura.
    Que grandes los libros, que sabios, que nobles...y que pena aquellos que caen en el olvido sin que nadie los lea.
    Siempre suya, La Abadesa

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    1. Estimada Abadesa.

      Encantado estoy de que en una de sus escasas salidas de la clausura tenga a bien pasarse por mi humilde atalaya.

      Está bien que las novicias se diviertan con cuentos libros, sobre todo porque en el ocio todos sabemos que anda enredando el diablo y pudiera ser que alguna se sintiera tentada de pasarse al lado oscuro.

      Sólo espero que controle usted las lecturas y que no estén incluidas en el Index librorum prohibitorum, pese a que las malas lenguas dicen que el Papa Pablo VI lo suprimió hace casi medio siglo.

      En cualquier caso abundo con usted en cuanto a la grandeza, sabiduría y nobleza de los libros y me viene a la cabeza de forma machacona el estribillo de la canción de cabecera del programa "Biblioteca Nacional" presentado en la Edad de Piedra de TVE por Sánchez Dragó y que decía aquello de "Todo está en los libros..."

      Que Dios (un dios, cualquier dios) la bendiga

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